En la puerta que da a la calle se lee «Public Call Office and Videocenter». Shahrukh Khan
no es el dueño, pero lleva tres años tras el mostrador de este
locutorio-tienda de alquiler de devedés.
No habla ni catalán ni
castellano. Inglés e hindi son suficientes para esta Barcelona de mundos
lejanos que son los locutorios. Khan estudió física en la India y
llegó a Barcelona tras unos años de viajar, y trabajar, por Europa.
«Bélgica, Alemania, Francia y España y Barcelona», así nombra su
trayectoria geográfica. Fue el sol de un mes de julio lo que hizo que se
asentara aquí.
Explica que cuando llegó, España aún
no era un escenario posible de Bollywood. Ahora vive en el país de moda
en el celuloide indio y quien está allá se lo imagina viviendo en «el
país de la fiesta». En el locutorio, toda la colección de películas es
de Bollywood y, hojeando los catálogos, esta cronista se da cuenta de
que tan cerca y tan lejos pueden vivir varios mundos.
En el
imaginario cinematográfico de este hombre, hay mujeres de largas
melenas, mucho lujo y hombres musculosos que se enamoran. En el de esta
cronista, no hay tanto ni tanto lujo ni tanto músculo, pero también hay
historias de amor. En Bollywood los sentimientos brotan bailando unas
coreografías que mezclan todas las danzas de la India y sus romances son
felices. A este lado del mundo, el amor siempre se estampa con drama,
tristeza o un nuevo sinónimo de penuria: crisis.
Bollywood es la
principal industria de cine del mundo. Cada año, produce 900
largometrajes; emplea a cuatro millones de personas, y genera casi 3.800
millones de euros.
Desde hace dos años, la industria de cine indio se ha fijado en España como escenario de sus historias. En el 2011, una road movie que
se rodó en la Costa Brava, pasó por la tomatina de Buñol, vivió los
Sanfermines y recaló en los tópicos de un pueblo andaluz desbancó a
Harry Potter en los cines indios. En Solo se vive una vez (Zindagi Na Milegi Dobara,
el nombre original en hindi), una de las actrices estampa un beso a un
actor -algo nunca visto en Bollywood-- y se cuestiona, desde el título,
el principio del karma. En India, la han visto 11 millones de
espectadores, la mayoría urbanitas.
En el locutorio multiusos, Sha-hrukh Khan reconoce que la película rodada en España no le encanta. Tampoco a Iqbal Azim, un señor de Bangladesh que departe con Sha-hrukh Khan
y que asegura que Paquistán, Bangladesh y la India se unen en
Bollywood.
Un muchacho de 25 años espera su turno para entrar en una
cabina y conectarse, desde el centro de Barcelona, con algún barrio de
Bombay. Es indio, amable y está encantado de que se le pregunte
por un proyecto migratorio que decidieron sus padres: tenía 13 años
cuando llegó a Barcelona. «Fue difícil y ahora estoy en paro», dice.
Bollywood le muestra todo aquello que sus padres y abuelos mitifican. Él
sí ha visto Solo se vive una vez y le ha gustado.
Ayer era el estreno mundial de Annabond, una película de espías bollywoodenses que escogió Benidorm, Valencia, Madrid, Bilbao y Segovia para rodar algunas escenas. Dentro de poco, quizá haya una Vicky, Cristina Barcelona en versión Bollywood.
La Barcelona de Shahrukh Khan
nada tiene que ver con Vicky, ni con Cristina ni con esa Barcino
impoluta, pero el cine hace que el espectador imagine mundos posibles.
Cerca de la puerta del local hay un gran póster de Katrina Kaif. Aquí y allá es la actriz del momento.
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